jueves, 4 de febrero de 2010

Ritmo de Otoño, poema de Federico García Lorca

El otoño ha dejado ya sin hojas los álamos del río.
El agua ha adormecido en plata vieja al polvo del camino.
Los gusanos se hunden soñolientos en sus hogares fríos.
El águila se pierde en la montaña;
el viento dice: Soy eterno ritmo.
Se oyen las nanas a las cunas pobres,
y el llanto del rebaño en el aprisco.
La mojada tristeza del paisaje enseña
como un lirio las arrugas severas que dejaron
los ojos pensadores de los siglos.
Y mientras que descansan las estrellas
sobre el azul dormido, mi corazón ve su ideal lejano y pregunta:
¡Dios mío!
Pero,
Dios mío, ¿a quién? ¿Quién es Dios mío?
¿Por qué nuestra esperanza se adormece
y sentimos el fracaso lírico
y los ojos se cierran comprendiendo todo el azul?
Sobre el paisaje viejo y el hogar humeante
quiero lanzar mi grito,
sollozando de mí como el gusano deplora su destino.
Pidiendo lo del hombre,
Amor inmenso y azul como los álamos del río.
Azul de corazones y de fuerza, el azul de mí mismo,
que me ponga en las manos la gran llave que fuerce al infinito.
Sin terror y sin miedo ante la muerte,
escarchado de amor y de lirismo,
aunque me hiera el rayo como al árbol
y me quede sin hojas y sin grito.
Ahora tengo en la frente rosas blancas y la copa rebosando vino.
 
Extracto de “Ritmo de Otoño” 1920

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